Las recomendaciones de un amigo y mi pasión por las plantas medicinales me llevaron al pie del Mogote (segundo pico más alto del Caribe), a mitad de camino entre la ciudad Jarabacoa y Manabao. Más puntualmente mi estadía transcurrió en el silencio de un Monasterio Cisterciense que agradece 8 monjes Benedictinos rebosantes de paz y camaradería.
Las recomendaciones de un amigo y mi
pasión
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por las plantas medicinales me llevaron al pie del Mogote (segundo pico
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alto del Caribe), a mitad de camino entre la ciudad Jarabacoa y Manabao.
El primer día daría la pauta de los siguientes días en las montañas. Así pues mi pequeño despertador me despabiló los sueños desentonando a los gallos de las cuatro de la mañana. Seguidamente tomé mi libro de plantas medicinales, una botellita con agua, algún tentempié para el camino y salí del albergue (una casona que supo ser el primer monasterio de dichos monjes, ubicada a 300 metros por debajo del actual monasterio y sobre un río que ostenta una majestuosa cascada).
Vela en mano ascendí por el pequeño sendero que lleva al templo y, a oscuras, vislumbré alguna silueta encapuchada moviéndose en un silencio casi melódico. Sonaron las campanas, se encendieron algunas luces y mis anfitriones comenzaron a manifestar su espíritu cantando.
En este mágico contexto es que empezó mi pequeño gran viaje del que daré cuenta….
El primer desafío fue llegar a la cumbre del Mogote que, tras superarlo, no sin poca dificultad, me deleitó con un paisaje propio de la campiña Suiza. El guardaparque encargado del refugio de la cima que precede al cielo aceptó compartir conmigo un improvisado desayuno y, tras preguntarle sobre plantas medicinales, me habló de un hombre llamado Cirilo que vivía en la llanura y que al parecer sabía mucho del tema.
Sin más me encaminé en su búsqueda deteniéndome cada tanto para recolectar plantas propias de aquellos pagos.
Al llegar, un hombre de 79 años repleto de sencillez y de sabiduría parecía estar esperándome. Me presenté contándole de mis inquietudes y mi búsqueda y le mostré el libro de plantas. Para mi sorpresa él reconoció sin esfuerzo las 230 plantas medicinales que figuraban en el libro.
Antes de irme coordinamos para juntarnos al amanecer e ir a recolectar algunas de ellas.
Al día siguiente la transparencia y naturalidad de Don Cirilo y el privilegiado paisaje que nos acunó me embriagaron con una refrescante y armoniosa serenidad. Hablamos con la profundidad propia de quienes comparten verdaderos momentos de paz, y me contó de una vecina de la montaña que desde hace mucho tiempo preparaba medicina con las plantas del lugar.
Doña Dora sonríe 89 años de “vida” y ya pasaron 45 años desde que un médico cubano la inició en el arte de las plantas medicinales. Conocerla significó un bonus casi utópico que no planeaba ni en mis mejores augurios.
bonus
Los días siguientes nos encontraron a los tres recorriendo la montaña e indagando los más insólitos recovecos. Juntamos un total de 400 libras de plantas entre tallos, hojas, raíces y flores (fue muy importante recoger sólo lo que íbamos a utilizar).
Finalizada la etapa de recolección hicimos una importante hoguera y empezamos a hacer la cocción en unas memorables pailas de hierro. El procedimiento fue algo complejo y largo. Duró dos días y hubo que cocinar las raíces y los tallos por un lado y las hojas y las flores por otro, amén de estar muy atentos al tiempo y a la temperatura de cocción según la especie de planta, pues cada una libera su medicina según sus características propias.
El resultado fue una preparación (completamente natural y sin contraindicaciones) que suma las virtudes medicinales de 45 diferentes plantas con un efecto regulador inmediato en caso de constipación o estreñimiento, y resaltando como una sus las cualidades más notorias su poder de desintoxicación y purificación del organismo.
Pero sin duda el resultado más enriquecedor y feliz de mi viaje fueron los momentos vividos y descubiertos y el privilegio de tener un hogar siempre dispuesto en las montañas de Jarabacoa.